Así me lo contó mi abuela: que al Habanero lo cogieron como esclavo en España y lo vendieron a un noble terrateniente de Cuba. Esto sucedió por el mil ochocientos y pico.
De cómo el Habanero, y otros como él, llegaron a convertirse en esclavos, hablaré otro día, si Dios quiere.
Sigamos ahora con la historia que quiero contar hoy...
Una vez en la isla, al Habanero no lo mandaron a trabajar los campos, como era lo habitual para un esclavo, sino que se le envió al ejército. Por buena suerte, no lo mataron, y tras la guerra fue vendido como esclavo otra vez a un terrateniente de España.
En España, contaba mi abuela que lo encadenaban en la corte (cuadra) y lo uncían como al buey para arar las tierras. Era el Habanero un hombre que pasaba de los 2 m de altura, y mi abuela decía que la espalda le medía 1 m de ancho. Sucedió que a otra esclava, de raza mora, que iba a llevarle la comida, le dio pena el Habanero. Así que un día le consiguió una lima, con la que el Habanero, de noche, cortó sus cadenas, gracias a lo cual pudo escapar.
No sabemos cuánto tiempo estuvo huyendo de aquella finca; lo cierto es que, según mi abuela, una noche, cansado, se encontró con una tribu de gitanos que habían acampado para pasar la noche y estaban reunidos alrededor de una hoguera. El Habanero apareció ante ellos preguntando:
—¿Quién es el patriarca aquí?
A lo que contestó un anciano:
—Yo soy. ¿Qué desea usted?
Y el Habanero dijo:
—Quería pedirles el favor de que me dejaran pasar la noche aquí en su compañía. Y tengo hambre, si fueran tan amables que me dieran algo de comer.
Desconocemos el qué, pero el Habanero comió aquella noche.
La tribu gitana, obligada a vagar por los caminos, se había encontrado la noche anterior sin alimento ninguno, y había robado comida en un pueblo. A la noche siguiente, la misma en que acogieron al Habanero, había salido en su busca un grupo de 8 o 10 campesinos. Así, cuando aquellos gitanos estaban sentados tranquilamente al amor de la lumbre con el Habanero, vieron venir a lo lejos a unos hombres corriendo y blandiendo unas estacas. El patriarca gritó:
—Coged los burros y la ropa y escapemos, que vienen a matarnos.
El Habanero dijo entonces:
—No tengáis miedo y huid, que yo les hago frente.
El patriarca asintió y gritó a los suyos que se apresuraran. Pero alguien de entre ellos exclamó:
—Cómo vamos a dejar a ese hombre solo. ¡Lo van a matar!
El patriarca contestó:
—¡No os preocupéis por él, que es un busnó!
Según contaba mi abuela, antes de que llegaran los campesinos, al Habanero le dio tiempo a arrancar una estaca que había en el cierre de un huerto cercano. Con ella les dio cara y se lió a estacazos a diestro y siniestro. Ante los embates de aquel gigante, uno de los del grupo de campesinos, gritó:
—¡Parad, vecinos, dejadlo en paz! ¡Y que huyan la tribu y él!
—Pero cómo vamos a dejarlos, señor alcalde, si nos han robao y hay aquí 4 o 5 heridos —contestó otro de los del grupo.
El alcalde respondió:
—No quiero que haya más sangre. Así que hacedme caso. Si vamos tras ellos, habrá muchas muertes. Vamos a volver al pueblo ahora mismo.
Y haciendo caso al alcalde, se retiraron.
El Habanero apuró entonces el paso para alcanzar a la tribu y, como era tan gigante, no tardó en hacerlo. Al llegar adonde ellos, dijo dirigiéndose al patriarca:
—No soy, como has dicho antes, un busnó, sino que soy gitano, como vosotros.
Y les contó su historia de esclavitud en Cuba y en España.
El Habanero terminó casándose con una mujer de aquella tribu. Tuvieron hijos y después nietos y biznietos. Uno de estos biznietos fue mi abuela.
Me llamo Aquilino Jiménez, y soy de Asturias; también se me conoce como Tío Silvino. Os cuento, y os contaré, si Dios quiere, mis memorias. Esta historia del Habanero, perteneciente a la familia de Los Negros de Ronda, la aprendí de mis abuelos, los hermanos de mis abuelos y mi abuela.
Enlaces: http://www.cedt.org/index.htm#docs
viernes, 2 de mayo de 2008
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